Ojo por ojo
Álvaro Cueva
2009-10-04•Acentos
Cuando supe que Juanito se rajaba y que iba a cumplir lo que originalmente le había prometido a Andrés Manuel López Obrador, también me imaginé lo peor.
Y lo peor no es que Marcelo Ebrard lo haya amenazado de muerte, con mostrarle al mundo videos comprometedores ni nada de eso.
Lo peor es que Juanito, Clara Brugada, El Peje, o quien quiera que vaya a gobernar esa delegación del Distrito Federal, no vaya a hacer nada por esa gente.
Una vez más nos quedamos a nivel de partido de futbol, de pelea de estrellitas del corazón. Muy bueno el chisme, ¿pero y lo demás?
¿Cuánto apuesta a que en las próximas semanas nadie va a hablar de que Iztapalapa se convirtió en un municipio como Garza García en Nuevo León?
¿Cuánto a que, salvo los detalles de color, los medios ni se van a acordar de esos millones de hombres y mujeres que no tienen agua, que viven en la peor de las inseguridades y que, ¡Oh, sí! ¡Quieren mucho a sus políticos!, pero que carecen de los más elementales servicios?
Cuando vi la toma de protesta de los delegados electos de la capital del país, me sentí igual o peor que cuando miro cualquier emisión de Hoy o Los protagonistas.
¡Puro circo! Como con Yatana, como con El Muñeco, como con la Selección.
No sé usted, pero yo sí me convierto en fiera cuando, por ejemplo, observo a los políticos a los que les pago con mis impuestos atacarse de la risa, como muchachitos drogados, mientras sacan carteles para fregarse a un delegado al que, por supuesto, jamás van a dejar trabajar.
Yo sí me enfurezco cuando veo que la clase política está más preocupada por tener el máximo control posible de las cámaras, las delegaciones y los estados, en lugar de hacer su trabajo.
Y me pongo peor cuando compruebo, con las cosas que veo en los medios, que no saben ni cómo elegir un candidato, ni cómo administrar un presupuesto ni cómo llevarnos a una vida mejor.
Ah, pero eso sí, saben cobrar mucho y a tiempo, tienen fuero para hacer lo que gusten y manden, y tienen el cinismo de decir las peores barbaridades ante las cámaras y micrófonos sin que nadie amenace con multarlos, con correrlos o con meterlos inmediatamente a la cárcel como a Jacinta, como a usted o como a mí.
Le voy a hacer una confesión: cuando me enteré de lo que Felipe Calderón quiere hacer con las Afore, fui a la institución a la que llevo años abonándole una mensualidad para mi retiro y cancelé mi cuenta.
No me interesan los detalles ni si se aprueba o no, yo no llevo décadas sacrificándome mes a mes para que, por culpa de Felipe Calderón, cuando llegue a los 65 años, me salgan con el viejo truco de que no hay nada en mi cuenta, de que me va a faltar lana o de que los intereses que me habían prometido no me los van a poder cumplir.
Igual, no he estado ahorrando lo poquito que he podido para que el Presidente se lo gaste en frijoles para los pobres o en salmón para los diputados.
Ése no era el plan cuando empezamos a hablar de Afore en los años 90. Ésa no era la idea cuando las autoridades nos obligaron a hacerle el negocio a los bancos por manejar estos servicios.
Ah, pero déjeme le cuento. ¿Sabe lo que me dijeron cuando fui a cancelar mi ahorro? Que con mucho gusto me lo daban días después de iniciar el trámite, pero que Hacienda se iba a quedar con 20 por ciento de todo lo que tuviera.
¿Cómo ve? Encima de que me obligaron a ahorrar a base de engaños y de que estoy retirando mi dinero para impedir que lo usen en algo para lo que no quiero que se use, le tengo que regalar la quinta parte de mi patrimonio a un gobierno que no me responde.
¿No es como una invitación a la violencia? ¿Por qué le quitan su dinero a los ahorradores y no a los que se roban la luz en la calles?
¿Por qué amenazan con quitarle su patrimonio a la gente cumplida y no a los asesinos, a los secuestradores y a tantas personas sucias que jamás le han dado un peso a Hacienda?
Por eso, cuando supe que la tercermundista Río de Janeiro le ganó a las avanzadas Chicago, Tokio y Madrid la sede de los Juegos Olímpicos de 2016, me encerré a llorar en mi camioneta.
Lloré de impotencia por vivir en este país y no en Brasil, como algunos de mis más queridos amigos. Lloré de arrepentimiento por no haberme ido con ellos. Lloré porque ya no puedo más. Yo sí quiero progresar. ¿Usted no?